Jugar a las tradiciones es divertido. Despojarlas de tanta gravedad resulta higiénico y permite amarlas de forma tangencial o espontánea, jamás impuesta. La niñez siempre es subversiva y reclama espacios para la libertad. El rito asumido como orientativo, no absoluto; la regla cumplida como indicativa, no unívoca; el rito y la regla cristalizados en un vivir las costumbres con relatividad y goce, que es la mejor manera de perpetuarlas. Soportar todo el peso de la tradición sobre el costal de la candidez es humanizarla, desaislarla dotándola de un lenguaje amable con el que comunicarse con la realidad actual. La responsabilidad de estos niños es enorme: seguir siéndolo cuando ya no lo sean, y evitar que les agrien el júbilo de vivir el rito y la regla de su ciudad como cuando jugaban a las tradiciones.





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